Factchequeado | 13 de diciembre, 2023
Circulan múltiples contenidos en redes sociales sobre las frutas modificadas genéticamente. Hay usuarios que afirman que algunos de estos alimentos pueden dañar la salud y provocar cáncer. Pero, ¿realmente suponen estas frutas un riesgo para nuestra salud? La respuesta es clara: más allá de potenciales alergias (posibilidad que también puede darse con cualquier otro alimento), no hay pruebas de que supongan peligro para la salud.
No hay pruebas de que supongan riesgos para la salud
Algunas frutas y verduras frescas están disponibles en variedades transgénicas, como papas, calabazas (pumkins), manzanas, papayas y piñas rosadas, según los CDC, encargados del control de enfermedades.
Si hablamos de peligros potenciales para la salud, no hay evidencias de ninguno, más allá de posibles reacciones alérgicas. Estas, sin embargo, no serían exclusivas de los organismos modificados genéticamente (de hecho, no se ha reportado ningún caso en los aprobados en el mercado), sino que lo son de cualquier alimento con trazas o compuesto por alguno de los 14 alérgenos alimentarios conocidos. ¿Acaso no hay personas alérgicas a los cacahuetes (peanuts) o a los frutos de cáscara, la leche, los huevos, la mostaza, entre otros, sin ser estos organismos modificados genéticamente?
La FDA, encargada del control de alimentos, asegura que “los alimentos transgénicos se estudian cuidadosamente antes de venderlos al público para garantizar que sean tan seguros como los alimentos que consumimos actualmente”.
“Gracias a la biotecnología tenemos la posibilidad de producir alimentos a partir de animales o plantas modificadas genéticamente, que son más resistentes a plagas (maíz, papaya), que crecen más rápido (salmón), que no se echan a perder rápidamente y se mantienen sin oxidarse más tiempo (papas), que le aportan características organolépticas o dietéticas adicionales al alimento (sea una piña, un aceite o una cerveza)”, recordó en Naukas Lluis Montoliú, biotecnólogo y divulgador.
El objetivo más común es conseguir alimentos más resistentes
“Los organismos modificados genéticamente son organismos cuyo material genético ha sido alterado artificialmente mediante la inserción de un fragmento de ADN extraño. Este ADN puede ser de origen sintético o provenir de otros organismos”, afirma en The Conversation Karen Massel, investigadora del Centro de Ciencias de los Cultivos de la Universidad de Queensland.
Esta alteración no podría haberse conseguido de forma tradicional (por ejemplo, a través de injertos o hibridaciones), sino solo en un laboratorio, según cuenta el biólogo y dietista-nutricionista Juan Revenga en el podcast Factor Intrínseco.
Pero, ¿para qué iban a modificarse genéticamente los alimentos? Para que estos cuenten con características consideradas interesantes para su supervivencia, mantenimiento o productividad.
Como explica Maldita.es, medio cofundador de Factchequeado, el objetivo más común es obtener variedades que sean resistentes a distintos tipos de estrés que sufren habitualmente los cultivos, ya sean plagas de insectos, la acción de los herbicidas (que buscan terminar con las hierbas, consideradas competencia en cuanto a la obtención de agua y nutrientes del suelo) o la sequía, entre otros.
Cómo se modifica genéticamente un alimento
Para ello, es necesario encontrar el gen que, en un ser vivo determinado, codifica la característica que nos interesa (normalmente una proteína), sacarlo quirúrgicamente y añadirlo a nuestro alimento, consiguiendo así un alimento transgénico, como indica Revenga.
Es el caso del maíz Bt, un tipo de maíz transgénico comúnmente cultivado en Estados Unidos, según los CDC. La situación es la siguiente: los cultivos de maíz son potenciales víctimas de gusanos barrenadores del tallo, insectos que se dedican a devorar las hojas a través de las que la planta realiza la fotosíntesis (y, por lo tanto, sobrevive). Sin fotosíntesis, no hay planta. A este tipo concreto de maíz se le introduce un gen que le permite producir la proteína Cry, tóxica para estos insectos y que inicial y naturalmente produce el Bacillus thuringiensis (de ahí la denominación Bt de este tipo de maíz). Los insectos, al comer la hoja con tales proteínas, mueren. Por otro lado, sus hojas permanecen intactas, por lo que la planta prospera. La proteína no tiene ningún efecto sobre los humanos ni sobre otros animales.
Este proceso no es el mismo que el llevado a cabo en una hibridación, que consiste en ‘juntar’ especies normalmente compatibles, genéticamente hablando. “Si el resultado es satisfactorio, algo que sucede muy pocas veces, nos lo quedamos; sino, lo desechamos”, explica el experto. Ejemplos de este proceso son el tangelo (pomelo o grapefruit y mandarina), el grapple (uva y manzana), las pineberries (2 variedades de fresa con sabor a piña)... Se trata, en palabras de Revenga, de logros que han costado muchos años y experimentos. Lo mismo sucede con las sandías (watermelon) o las uvas sin semillas (seedless grapes). Yéndonos un poco más lejos, a los plátanos, que antaño también presentaban estos pequeños inconvenientes para nuestra masticación.
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